Sí, hace muchos años, cuando escribir significaba reproducir un texto, como el trabajo de los copistas de la Edad Media, o bien, cuando en el tipo de letra recaía la responsabilidad del mensaje, las formas de las letras eran fundamentales. John C. Dana (1899) escribió un manual detallado sobre el funcionamiento de la biblioteca. Entre otros temas habla sobre cómo deben ser las letras con una concreción extraordinaria. Letra por letra hace un repaso del abecedario mostrando un ejemplo, en mayúscula y minúscula, en script y letra ligada. La razón es muy sencilla. No sólo es importante ser sistemáticos a la hora de catalogar y ordenar una biblioteca o librería, sino que este orden debe estar al alcance de todos. Hoy en día, en cambio, disponemos de una amplia tecnología para solucionar cualquier requisito relacionado al aspecto que presentan las letras y, por tanto, la forma de las letras ya no lo es todo cuando se produce un texto.
Aprender a escribir hoy, por fuerza, debe implicar un proceso que priorice la construcción del mensaje. Nos referimos al contenido y en las palabras que se escogen para que el mensaje cumpla la función que nos hayamos propuesto. Por lo tanto, la forma concreta de cada letra ya no lo es todo, porque por encima de la regularidad y la homogeneidad del estilo del trazo está el mensaje. Lo que pedimos hoy a la forma de la letra es que esta sea legible. Es decir, que la «a» sea una «a» y no se confunda con una «c», etc.
Estas premisas nos llevan directamente a la pregunta: «¿la caligrafía no es importante?» Y la respuesta es: «¡claro que es importante!» Lo es en el sentido de que la forma de la letra, que se debe aprender para poder escribir mensajes interesantes, necesita un cierto entrenamiento para reproducir los trazos con agilidad y poder concentrarse aún más en el mensaje. Pero, ¡ojo! Esta agilidad no se debería conseguir haciendo páginas de copia, ni de repetición del trazo de cada letra. La agilidad en el dominio del trazo de las letras debe alcanzarse a través de un fuerte despliegue de actividades que garanticen el desarrollo de la psicomotricidad fina y la educación del gesto gráfico, como son: recortar, desgarrar, modelar, arrugar, abrochar botones, remover, masajear, pintar sin salirse de la raya, hacer cenefas, seguir caminos, etc.
Algunos criterios para educar el gesto gráfico son:
- Observar los garabatos que los niños hacen de manera libre y espontánea: tipo palos o comas, inicio de caminos, trazos enrevesados circulares, puntos engrosados, etc. para que se den cuenta del trazado que han hecho y permitir que tomen conciencia de lo que son capaces de hacer y del espacio que ocupan. Después invitarles a repetir alguno de estos trazos de forma consciente. El hecho de intentar reproducir varias veces lo que primeramente se ha hecho involuntariamente, desarrolla la semejanza y la regularidad del trazo.
- A partir de los trazos que van experimentando los niños, los adultos también pueden hacer propuestas de entretenimiento gráfico que sean al mismo tiempo de entrenamiento y creación. En este sentido las propuestas de Gisèle Calmy (1977) recogidas en el libro de la editorial Fontanella, La educación del gesto gráfico, son excelentes. Por ejemplo, dejamos a los niños, a partir de 3 años, pegatinas, rotuladores de diferentes espesores, lápices de colores, papel, tijeras, cola, etc. y les damos consignas como:
Dibuja o construye algo bonito, (no es necesario que sea un animal, ni una persona, ni un cuento) y envuélvelo con muchas líneas.La variedad de estas – y otras – prácticas permiten, a la larga, que diferentes partes del cuerpo trabajen de manera simultánea con un mismo objetivo, como puede ser, pintar un recuadro pequeño sin salirse de la raya, o bien, escribir una letra que tiene una forma precisa. La coordinación de las diferentes partes del cuerpo es de lo más variada, ya que puede ser entre los mismos dedos, o incluso, entre las manos y la vista. En cualquiera de los casos, este despliegue de actividades permite un dominio de la mano que será necesario en el momento que los niños quieran empezar a escribir.
Por este motivo, es importante identificar el objetivo de la actividad que se está llevando a cabo. Para la práctica de la psicomotricidad fina – necesaria para dominar el trazado-, no hay que hacer caligrafía, ya que el desarrollo de actividades va mucho más allá. En cambio, las prácticas propias de cuando la letra lo era todo llevan a los niños y los adultos a confundir el hecho de escribir con el hecho de hacer buena letra y en consecuencia desvían la atención de lo que implica crear un buen mensaje escrito.
Sobre la autoría:
Montserrat Fons, Maestra y Dra. en Filosofía y Ciencias de la Educación y Mireia Pérez, Maestra y Dra. en Ciencias de la Educación. Montserrat Fons y Mireia Pérez son miembros del grupo de investigación PLURAL UB dirigido por el Dr. Juli Palou. El grupo se centra en el estudio de las creencias de los docentes, el aprendizaje de lenguas, el plurilingüismo y la formación de los maestros (http://www.ub.edu/plural/inici/).