Ya sabemos que los niños, antes de aprender a escribir, se expresan con los garabatos, una de sus manifestaciones comunicativas básicas. Primero sin sentido ni proporciones ni predilección por un color, y poco a poco, mejorando hasta crear figuras más o menos reconocibles y con un sentido lógico (al menos para los pequeños).
Esta predisposición espontánea para trazar figuras es innata y es experiencial y placentera para el niño. Por eso, cuando les enseñamos los trazos, debemos conseguir mantener esta ilusión y evitar que se convierta en algo mecánico y repetitivo, como apuntaba la profesora Minerva Sarabia en su artículo “La preescritura en la etapa de Infantil”, en Revista Digital ‘Innovación y experiencias educativas’ número 13, de diciembre de 2008.
Así, Sarabia anima a realizar actividades físicas y experienciales que permitan al niño ‘vivir’ cada uno de los trazos: desde el vertical continuo hasta la espiral. Para eso propone usar distintos materiales como cuerdas, pelotas, colchonetas, telas, cartones, folios, rotuladores, tizas, instrumentos musicales o grabaciones de música.
El objetivo es en todos los casos que, tanto con su cuerpo como con estos elementos, el pequeño reproduzca el trazo y lo incorpore desde diferentes perspectivas sensoriales. Así, por ejemplo, se puede reproducir la línea ondulada con oscilaciones del cuerpo arrastrándose por el suelo como si fueran una serpiente. O imitar los trazos diagonales desplazándose por el aula como un alfil de ajedrez. O integrar las formas curvas con los brazos extendidos al principio y que vayan juntándose progresivamente hasta que se toquen las puntas de los dedos para formar un círculo.
De este modo se incorpora tanto la vertiente experiencial como lúdica para fomentar y facilitar el aprendizaje de los trazos que luego serán fundamentales a la hora de construir las letras en el proceso de aprender a escribir.
